Cuando me enteré que mis amigos colombianos no se iban a ir de luna de miel a Santa Marta con nosotros empecé a preguntarme cuál podría ser el sentido de ese viaje, que ya no se podía cancelar ni nada, así que había que buscarle un sentido y finalmente lo que ocurrió fué que me entusiasmé con ir al punto extremo norte del continente sudamericano, que es la península desértica de La Guajira, porque me pareció muy poético conocer los dos extermos del contienente y ver sus extremas diferencias.

Al cabo del Cabo

La travesía fué bien intensa, en 4×4 por el medio del desierto que en realidad está poblado por los indios Wayuu, así que de desierto no tiene nada, y ellos no tienen nada de giles y te cobran peaje. No pude tomar fotos de ese momento, pero los nenitos de 5 años levantan una soga en medio del camino y te obligan a parar y darles algo, por suerte conocían la camioneta en la que yo estaba viajando y la mayoría de las veces accedieron a bajar la soguita. Las dos o tres veces que no lo hicieron el conductor bajó y les dió una bolsa de «bienestarina», un nombre casi surrealista para un polvo alimenticio que el estado le da a los pobres y que sirvió también como pago del peaje por pasar por las tierras de los indios.
El desierto tiene algo de vegetación, sobre todo en la parte más cercana al mar, que se inunda regularmente y el resto del tiempo tiene la tierra cuarteada, los caminos son bastante azarosos y siempre se cambia de uno a otro buscando el que esté mejor, esta habilidad también es buena para evitar los peajes.
Luego de atravesar eso, que toma dos horas aproximadamente, se llega al Cabo de la Vela, una parte de la península que está más o menos preparada para el turismo, con muchas posadas construidas con ramas y algunos indios vendiendo tejidos y otras cositas artesanales, a decir verdad son bastante insistentes, una nenita llamada Juliet me dijo «usted tiene más dinero que yo, cómpreme algo», un argumento imbatible.
Por fin que lo demás no importa
El resto fué ver un hermoso atardecer desde el faro y bañarnos en diferentes playas, una más linda que la otra, con unos chicos de Merlo que conocí en el viaje y charlando con bogotanos, riohachenses, pastusos, franceses, brasileros y cosas así. Cuando pueda les subo las fotitos.
Sobre el uso de la CH
Yo no sé que le pasa a esta gente, pero dormí en un chinchorro (una hamaca grande tejida a mano) y tomé chirrínchi (una bebida alcohólica que se hace con la panela, que se saca de la caña de azúcar), me atendió un chamán, me invitaron a dar vueltas por el chorro y todo fué muy chimba, entre otras que ya me olvidé, como una red de pesca que también tenía un nombre así, en fin, el comentario entre los argentinos era el chiste de la che.