Nos conocimos sin saber que un tema de Fito y un aguardiente serían excusa para una amistad eterna que duró una hora.
Ya había pasado varias veces por el Chorro de Quevedo durante el día, pero todavía no había visto a este grupo de borrachos gimiendo «Al lado del camino» de Fito, que fué sucedida por Enanitos Verdes, Fabulosos Cadillacs, Arjona (?) y algo de Charly que ya no recuerdo. Había tres guitarristas, uno mejor que el otro, y dos harmoniquistas, el coro de cantantes estaba compuesto por la fauna nativa de la plaza y, aunque nadie pegaba una nota, no importaba en lo absoluto.
César, un paisa borracho de amor, me designó como su nuevo mejor amigo, me contó de otro argentino que había conocido en Medellín y de lo bien que le caíamos, el ambiente explotaba de alegría y cada nueva canción era una propuesta del infinito de la noche, una invitación a gritar, saltar o compartir un trago.
Dicen que César se ofendió con nosequién porque le dijo que deje de llorar su pena de amor y entonces se fué con dos daneses rubios (uno plomero, el otro guardiacarcel). Luego me enteré de que les consiguió una chica colombiana a cada uno.
En un momento apareció la policía y el grupo empezó a moverse hacia un bar, que resultó estar cerrado, luego a otro, pero terminamos en una vereda angosta cantando nuevamente.
Uno de los guitarristas me habló de la maleabilidad del sonido, de lo infinito de la creación, de lo limitado que se sentía como creador. Todo lo que hace es infinito, es sólo su mente la que lo limita, flasheó maaaaaaaaal.
Había un punkito que odiaba a los daneses sólo por ser monos (rubios) y hablar en inglés.
Más tarde fuimos a otro bar, al que entramos, pero al entrar nos perdimos todos mutuamente, nos sentamos en varias mesas (nos paramos, nos sentamos, nos paramos, nos sentamos, etc) en varias configuraciones cada vez. Luego salimos afuera con Edison, otro de los guitarristas y charlamos un rato de su sentimiento de inferioridad cuando nos escuchaba hablar en inglés, hasta que aparecieron los daneses con las chicas y casi me pega porque le hablé 5 palabras demás al danés en inglés, pero eso me ganó un amistoso abrazo del rubio.
Después volvió a aparecer la policía y había que seguir camino, pero en una plaza nos pusimos a cantar alguna otra cosa y yo vi a un tipo igualísimo a un ex.compañero de laburo, le fuí a hablar y todos se asustaron, pero un antropólogo, que captó mi acento argentino, me comprendió y me dijo «caiste en el parche correcto, pero aca nos tenemos que cuidar de todos». Mi estrategia siempre es la misma: confiar en mi intuición y relajarme, siempre doy con el parche correcto, le dije.
Luego perdí al resto del grupo con el que venía, cambié de parche, y entré en este grupo de antropólogos socialistas de la universidad nacional, adorables borrachos que me obligaron varias veces a subsidiarles el vicio aunque era claro que yo no tomaba. De todas maneras hubo charlas interesantes, guitarreada en el cuartito de dos por dos donde vivía el muisca, poesía improvisada, «no sabemos que dicen, pero la energía fluye» me dijo la cantante. Luego resultó que el muisca tenía que entrar al trabajo, enseñar geografía experimental a un grupo de adolescentes un sábado a las 8am y sin dormir, así que lo acompañé en el transmilenio hasta el portal de la 80 y me volví a casa.
Aunque haya depresión, borrachera, locura y policía, el mundo -la noche- es un lugar bonito.
Nadia Hardy
Amistades eternas que duran una noche. Hermoso.