Salvar los cuerpos

Albert Camus publicó en Combat, el 20 de Noviembre de 1946, el siguiente editorial, que tituló «Salvar los cuerpos». Me impresiona la profundidad con la que vive el conflicto desde esa posición «intermedia» en la que se pone. Son muy interesantes las conclusiones que saca sólo de la idea no legitimar el homicidio. El resaltado es mío.

 

Habiendo dicho un día que yo no podría admitir, después de la experiencia de los dos últimos años, ninguna verdad que pudiera ponerme directa o indirectamente en la obligación de hacer condenar a un hombre a muerte, algunos espíritus que he estimado alguna vez me hicieron notar que yo era un utopista, que no había verdad política que no nos llevara un día al extremo de matar y que por consiguiente había que correr el riesgo de llegar a tal extremo o bien aceptar el mundo tal cual era.

Este argumento estaba presentado con energía. Pero creo, en primer lugar, que si lo hacían con tanta energía era porque carecían de imaginación para la muerte ajena. Es este un defecto de nuestro siglo. Así como se ama hoy por teléfono, y se trabaja, no ya sobre la materia, sino sobre la máquina, se mata y se muere por delegación. Así se gana en pulcritud, aunque se pierda en conocimiento (*).

Sin embargo, ese argumento posee otra fuerza, aunque indirecta: plantea el problema de la utopía. En suma, las personas como yo no aspiran a un mundo donde no se mate (no somos tan locos) sino donde el crimen no esté legitimado. Nos encontramos aquí en plena utopía y contradicción. Pues ocurre, justamente, que vivimos en un mundo donde el crimen está legitimado y debemos cambiar ese mundo, si no queremos que sea así. Pero parece ser que no se le puede cambiar sin correr el riesgo de matar. El crimen nos vuelve, pues, al crimen, y continuamos viviendo en el terror, ya sea que lo aceptemos con resignación o bien que pretendamos suprimirlo por medios que traerían consigo otro terror.

A mi juicio, todo el mundo debería reflexionar sobre esto. Porque lo que me impresiona en medio de las polémicas, las amenazas y los estallidos de violencia, es la buena fe de todos. De la derecha y la izquierda, descontando algunos simuladores, más o menos todos consideran que su verdad es la única adecuada para hacer la felicidad de los hombres. Y, sin embargo, la conjunción de esas buenas voluntades conduce a ese mundo infernal donde los hombres son todavía asesinados, amenazados, deportados; donde la guerra se está preparando y donde es imposible decir una palabra sin ser insultado o traicionado al instante. Es necesario, pues, llegar a la conclusión de que, si personas como nosotros viven en la contradicción, ellas no son las únicas y que quienes las acusan de utópicas viven quizás una utopía diferente, pero más costosa al fin.

Hay que admitir entonces que nuestra negativa a legitimar el crimen nos obliga a reconsiderar nuestra noción de la utopía. A ese respecto, creo que se puede afirmar lo siguiente: la utopía es lo que está en contradicción con la realidad. Desde ese punto de vista sería completamente utópico pretender que nadie mate a nadie. Es una utopía absoluta. En cambio, pretender que el asesinato no sea legitimado es una utopía en grado menor que aquélla. Por otra parte, las ideologías marxista y capitalista, basadas ambas en la idea del progreso, convencidas ambas de que la aplicación de sus principios debe llevar fatalmente al equilibrio de la sociedad, son utopías en un grado mucho más elevado. Y, además, nos están costando muy caras.

Cabe llegar a la conclusión de que el combate que se producirá en los próximos años se entablará, prácticamente, no ya entre las fuerzas de la utopía y las de la realidad, sino entre utopías diferentes que tratan de insertarse en lo real y entre las cuales sólo se trata de elegir a las menos costosas. Es mi convicción que no podemos razonablemente proponernos salvarlo todo, pero que al menos podemos proponernos salvar los cuerpos, para que el porvenir sea posible.

Se ve, entonces, que el hecho de rechazar la legitimación del asesinato no es más utópico que las actitudes realistas del momento. Todo consiste en saber si estas últimas resultan más o menos costosas. Este es un problema que también debemos ajustar, y se me permitirá pensar que puede ser útil definir las condiciones que son necesarias para pacificar los espíritus y las naciones, en relación con la utopía. Esta reflexión, siempre que se haga sin temor como sin pretensiones, puede ayudar a crear las condiciones de un pensamiento justo y de un acuerdo provisional entre los hombres que no quieren ser víctimas ni verdugos. No trataremos ciertamente de definir en los capítulos siguientes una posición absoluta, sino tan sólo de refrescar algunas nociones hoy tergiversadas y de realizar el planteo de la utopía lo más correctamente posible. Se trata, en suma, de definir las condiciones de un pensamiento modesto, es decir, libre de todo mesianismo, así como de la nostalgia del paraíso perdido.

(*) La traducción que publico no es la que leí, para no tipearla toda de nuevo. Sin embargo esta frase me pareció necesaria reemplazarla por la de mi traducción, que era más apropiada en relación al tema de la progresiva sistematización y por lo tanto ocultación de la violencia en la sociedad, como hablamos con Ilan y Norbert Elías.

La versión que publico la encontré en librevista.com

Faras Fractal: Faras es un artista electrónico de Buenos Aires, Argentina. http://soundcloud.com/faras http://flickr.com/mfaras http://faras.me/ Biografía Música electrónica original. Dicen que a veces parece de acid jazz, otras como si fuera rock progresivo, también suena como música de videojuegos o música de TV de los 80 y los 90... escuchala vos y decime qué te parece. Descripción El gato caracol. Un animal urbano, que tiene todo lo que necesita dentro de la casa, se transforma en un caracol que lentamente arrastra todas sus pertenencias en su espalda atravezando el bosque. La pirámide de árboles nos acerca al faraón que desde épocas pasadas maneja e inspira esta producción.
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